ZL_DondeNadieOyeMiVoz

Yo suponía que así se manifestaba la felicidad, con un fulgor que lo barniza todo, pero cuando se lo con- té a mi padre de inmediato me sacó una cita con el neurólogo asegurando que la visión de ese resplandor también podría ser síntoma de un tumor cerebral. El neurólogo no encontró nada anormal y tampoco el optometrista y así, poco a poco, mi padre fue des- cartando especialidades médicas hasta que llegamos al consultorio de la señorita Adrienn, una psiquiatra, que me hizo una serie de pruebas con unos cubos y unas preguntas de respuesta múltiple del tipo: Estoy en desacuerdo con la existencia de Dios o Creo que me visto peor que los demás ; después me pidió que le contara al- gunos detalles de mi vida, me interrumpió con cara de terror cuando aún no llevaba hablando ni diez minu- tos y al término de la sesión me recetó prozac y litio y clonazepam. Al final mi padre se negó a que me toma- ra las medicinas de la señorita Adrienn argumentan- do que a largo plazo tantas pastillas podían afectarme el hígado. La situación continuó igual que siempre: durante los días malos seguí viendo las cosas –los pianos, los vagones, los ojos de las estatuas– cubiertas por una capa de niebla y durante los días buenos todo se cu- brió de aquel fulgor luminoso que tanto preocupaba a mi padre, pero que a mí me alegraba la vida. 16 Do n d e n a d i e oye m i vo z J u a n Ca r l o s Q u eza d a s

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