ZL_DondeNadieOyeMiVoz

Como no podíamos seguir al K por toda Hungría los partidos que jugaban de visita los escuchábamos por radio. Me gustaban, especialmente, los encuentros que comenzaban de día y terminaban de noche. Nos sentá- bamos en el comedor, mi padre abría una cerveza y yo me mordía las uñas, y conforme avanzaba el juego el sótano se empezaba a oscurecer, pero ninguno de los dos se levantaba a encender la luz. De cualquier modo, la voz que salía de la radio nos alcanzaba para proyec- tar frente a nosotros un partido que se estaba jugando en alguna población lejana. La parte final de los juegos nos sorprendía siempre en la total oscuridad. Si el K ganaba o empataba encendíamos la luz nada más acabar la transmisión, si el K perdía nos quedamos un rato entre las sombras para ir digirien- do la derrota. De un tiempo a esta parte –cuatro o cinco años– mi padre y yo vamos al bar a ver los encuentros que el K juega de visita o buscamos una señal en rojadirecta.org , una página pirata en la que entre anuncios de póker en línea y remedios contra la calvicie se pueden ver parti- dos de futbol de todo el mundo, pero cuando pierde el K, aunque la luz de una pantalla ilumine la sala o el bar la oscuridad de las antiguas noches del radio se sigue instalando en nuestros corazones. Mi padre ha tenido muchos nombres pero aho- ra se llama Lajos, igual que un millón de húngaros y 20 Do n d e n a d i e oye m i vo z J u a n Ca r l o s Q u eza d a s

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