A un paso de un mundo perfecto

madre. Como institutriz, su madre era más estricta que como madre. Sin embargo, los peores días lle- gaban con el dolor de cabeza: terrible y eterno. Se ponía insoportable hasta cuando decidía aislarse de todos y recostarse, inmóvil, en la cama. Finalmente, una mañana, apareció Helga. Wi- tta la había preseleccionado, luego la escogió por su rigor y su firmeza. Cuando sus padres se la des- cribieron, inmediatamente Iris se imaginó a una mujer con la cara hosca. El día que la conoció, rá- pidamente entendió que era todo lo contrario. Hel- ga tenía un cabello negro largo, ondulado. Los ojos cafés, grandes y redondos, expresaban dulzura. Hablaba en voz baja, pronunciando bien cada pa- labra, como si cada vez las estuviera escogiendo con atención. De inmediato, Iris se enamoró de la voz de su maestra. Con ella las clases eran buenas. Helga siempre llevaba atuendos claros, con tintes delicados, jamás colores fuertes. Pero sobre sus vestidos nunca había un bordado, una flor, un es- tampado, ni siquiera un prendedor; por eso daba la impresión de que se vestía de manera impecable. Era rigurosa, como le gustaba a mamá. Al inicio de la clase, siempre le explicaba a la niña lo que harían ese día y hasta donde llegarían. Y no había forma de no cumplir el objetivo. En compensación, Helga siempre era paciente, atenta en escuchar las pre- guntas y las dudas de Iris. La sonrisa divertida de Helga, aun después de la enésima interrupción, le inspiraba serenidad. Con ella, Iris jamás se había 16

RkJQdWJsaXNoZXIy MTkzODMz