A un paso de un mundo perfecto
cuadros no está la creación del artista, sino los re- cuerdos del viajero. Quien no haya visitado todas estas casas, no reconocerá los lugares. Un lugar puede ser como cualquier otro si no conoces quién lo habita, ¿no crees? —concluyó sonriendo y levan- tando las cejas, con una expresión de complicidad que a menudo le dejaba marcas en la cara, pero que la madre de Iris no reconocía. —Bueno, sí, claro —respondió Witta, aunque no había entendido mucho de su excéntrico discurso. Por otra parte, madame Elena siempre le había pa- recido un poco excéntrica. “¿Pero qué más puedes esperar de una que se hace llamar madame solo porque su esposo es francés?”, fue el segundo pen- samiento de Witta. De todas formas, Iris siempre entraba a la pape- lería, sobre todo con su madre. Era la niña quien in- sistía para entrar. Siempre decía que necesitaba un lápiz o un cuaderno. Los sencillos, los otros costaban mucho. Ella no era pobre, pero madame Elena pe- día una cantidad enorme de dinero por un “simple cuaderno dibujado”, le había dicho Witta. Para sus clases, a Iris solo se le permitía escribir sobre hojas sueltas. Igual, a ella le bastaba con entrar, mirar, tocar aquellos cuadernos únicos, perderse entre las pá- ginas con los bordes dorados y los diseños siempre nuevos. Una tarde, curioseando entre los cuadros de ma- dame Elena, Iris vio un pequeño diario, cerrado con 21
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