A un paso de un mundo perfecto
estuvimos hablando, ¿te acuerdas? Son nuestras le- yes. Y deben respetarse. —Pero ella tenía el negocio desde antes de las le- yes. Es suyo —afirmó incrédula Iris—. Todo lo que está ahí adentro lo compró ella. Y los cuadros, son suyos, ella los pintó. Ya te lo había dicho, ¿no? —Aun así, las cosas ya no son como antes, Iris. Los judíos no pueden tener una actividad comer- cial. Es así y punto —dijo Helga sin rodeos. —¿Y ella dónde está? —Iris no se rendía. Entonces intervino la madre, que salió de la cocina. —¿Por qué tanta curiosidad, Iris? Deja en paz a Helga. Ya te explicó las cosas necesarias para que puedas entender que esa tienda no cumple con los reglamentos. Son judíos. —Pero nosotras fuimos muchas veces, mamá. Madame Elena tenía cosas hermosas, y tú también lo decías. —Era antes de revelar que era una judía. Llevaba el apellido del esposo para esconderlo. Él no es ju- dío, pero ya los descubrieron. Son personas horri- bles. Iris estaba por rebatir, pero Witta levantó la voz y, de modo enérgico, le ordenó callarse: —Te vas de inmediato con Helga. Ya están retra- sadas con la clase de hoy. No quiero saber más de madame Elena ni de su negocio fraudulento. Ella se dio media vuelta hacia Helga, pero no en- contró ningún apoyo en su mirada. 25
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