Lectora de sueños

15 No tatuado, ¿eh?, ilustrado. La diferencia es que las ilustraciones cobraban vida y contaban sus historias. Chloé la escuchaba boquiabierta. ¿Realmente era posible? Pero no se atrevió a preguntarlo, por temor a que A. O. lo interpretase como una duda a su palabra. —Ray nunca más se preocupó por buscar ideas para sus libros. Le bastaba con recordar a ese hom- bre ilustrado. ¡Claro! Los hombres ilustrados no abundan en el mundo, así que la posibilidad de encontrarse con uno… Te digo, mi amigo Ray tuvo mucha suerte. Los demás debemos recurrir a tru- cos para obtener nuestras historias. Luego, se volvió a sentar frente a ella. —Te propongo algo: ven este domingo conmigo y te mostraré cómo trabajo yo. ¿Qué dices? Chloé regresó a su casa corriendo y saltando. Emocionada, les contó todo a sus padres, a quienes no les hacía mucha gracia que ella pasara el domin- go con tan raro personaje. Sin embargo, pensaron que podría ser un buen cambio para ella salir un domingo y no pasarlo, como siempre, leyendo otro libro de doscientas páginas de cabo a rabo, así que decidieron darle el permiso. Apenas si la joven se pudo concentrar en el colegio durante la semana, esperando ansiosa el domingo. Ese día a las ocho de la mañana se plantó frente a la puerta de A. O.

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