Lectora de sueños

17 un diseño que parecía el mapa del metro y que ve- nía acompañado con sus respectivas llaves, el cas- quillo de una bala (usado, por supuesto), dos fotos, la primera —muy vieja—, de una adolescente (bas- tante pálida, dicho sea de paso) y la segunda —aún más vieja que la anterior—, de unos rubios niños abrazando una refrigeradora antigua, un billete de autobús, un anzuelo hecho con plumas, una agen- da vacía, pero con diversos separadores como para organizarlo todo, el muestrario de una tienda de al- fombras. Lo único que habría podido tener algo de valor era una muñeca de porcelana, un bebé, que tenía la cabeza rajada. Ya en la casa de A. O., ella le explicó lo que debía hacer. —Yo no tengo hombre ilustrado que me cuente historias, entonces he creado mi método. No sé si funcione contigo, pero trataremos. Lo que deberás hacer es dejar que cada uno de los objetos que tie- nes te cuente su historia. Para eso, pondrás uno al lado de tu cama, o mejor aún, bajo tu almohada. —Pero —exclamó Chloé frustrada—, ni siquiera sé qué son algunos; por ejemplo, esta vara. —Quizá sea una varita mágica —dijo A. O., como quien explica la cosa más normal del mundo—. Se comenta que si separas la varita mágica de su due- ño, pierde su poder. Chloé no supo qué contestar. —Mira, es muy fácil —siguió explicando A. O.—. Primero debes tratar de ganarte la confianza del

RkJQdWJsaXNoZXIy MTkzODMz