Lectora de sueños

10 Pronto la mudanza terminó y la vio llegar… Se veía serena y sobria; sin embargo, al mismo tiempo, algo en su aura hacía que todos la notasen. —¡Debe ser una excéntrica! —comentó su padre. —¡No es verdad! —replicó Chloé ofendida. Sus padres respetaban sus gustos, pero no la apo- yaban realmente. Quizá porque no podían hacer- lo, porque no comprendían lo que ella llamaba “su mundo”. Por mucho tiempo se preocuparon de que prefiriera la lectura a toda otra actividad, incluso a comer. Trataron de “controlar” su pasión. La mayo- ría de los profesores en su colegio también manifes- taron su descontento. ¡Es que leer la versión original de Alicia en el país de las maravillas en plena clase de matemáticas! ¡Y todos saben que hay que tomar- se en serio la escuela secundaria! Por suerte, su pro- fesora de literatura no compartía esas opiniones. Le prestaba a escondidas libros considerados “no aptos para su edad”, y convenció a todos diciendo: —Ahora que los niños no hacen nada más que pasarse las horas frente a la tele o a la computado- ra, no es bueno cortarle las alas a una que prefiere leer. Debieron aceptar que tenía razón y así Chloé logró un poco más de libertad para su pasión. La- mentablemente, esa profesora, que durante mucho tiempo fue su consejera, decidió jubilarse y regre- sar a su pueblo natal. Así pues, Chloé ya no contaba con alguien que leyera sus textos y la incentivara a seguir escribiendo.

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