La mosca

Ella lo escuchaba con atención, quería saber cuáles eran las últimas palabras de su amigo. Quizá le había de- dicado un último pensamiento antes de lanzarse al vacío. —“Libre, oh, libre. Mis ojos seguirán aunque paren mis pies”. No lo entiendo —ahora era Joan quien lloraba. Estas palabras no la aliviaron. Pensaba que Marc había sido muy egoísta.Todos queremos ser libres y todos esta- mos ligados a la pesada y gruesa cuerda de la vida, no tenía ningún derecho a elegir la solución fácil. ¿Quién la libraría a ella del gran pesar que la embargaba, del sentimiento de culpa? Isona rompió el silencio. —No hay nada qué entender, todo es una locura. —¡Mi primo no estaba loco, estaba harto de todo el daño que le hacían! —gritó de repente el muchacho. Ella se refugió en la mirada de Marc y selló sus labios. —¿Quién ha sido? ¿Quién ha inducido al suicidio a mi primo? Isona continuaba callada. —Sé que sabes algo, se te ve en la cara. Ella agachó la cabeza y no dijo nada. —¿De qué tienes miedo? O mejor dicho, ¿de quién? ¿Quiénes son esos tan poderosos que quedarán impu- nes tras una maldad como ésta? Las lágrimas bañaban el rostro de Isona. —Por favor, necesito saber qué pasó. Pero ella callaba, la curiosidad no era suficiente mo- tivo para hacerla hablar. Apartó los ojos de la mirada 14 La m o s ca. Aco s o e n l a s a u l a s Ge m m a Pa s q u a l i Es c r i v à

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