CYC_AntologiaDePoesiaLatinoamericanaContemporanea_Cruz
JUAN GUSTAVO COBO BORDA 37 Este citadino carga consigo raíces arquetípicas, donde se funden lo humano y lo animal en perfecta armonía. Pérdida, lejanía y el sorpresivo canto del gallo entre los rascacielos, o la música que trae consigo un tordo. Ríos y garzas se fijan inmóviles en sus ver- sos como si todo el llano se hubiese tornado metafísico. Pero es el trópico, el trópico absoluto, “este sol de mi país que tanto quema”, el que hará de árboles y palmeras, de playas y de islas, su territorio germinal, de incandescente luz pura, como en los cuadros de Ar- mando Reverón: “Donde la vida nos madruga / y hay que salir a galopar hasta alcanzarla”. Este poeta reflexivo, quien escribió sobre Valéry y Pessoa, y quien amaba las ciudades periféricas comoBuenos Aires y Lisboa, había asimilado a cabalidad una tradición quizás más libérrima e igualmente impregnada por ese diálogo entre la conciencia y los astros, enmediodeunespacio insondable. La tradicióndel coloquio entre vivos ymuertos; la de Vicente Gerbasi y su pueblo, Canoabo, marcado por la inmigración desde Europa hasta el jardín lleno de milagros donde, en medio de la atafagada Caracas, Juan Sánchez Peláez veía fugacesmusas deleitosas, mientras citaba aAndréBre- ton o Ezra Pound. De ahí provendría una imagen también recurrente en la poesía deMontejo, donde el poeta, al ladode su lámpara encendida, amplía la noche y percibe un aroma hondo e irresistible. Al hablar de los Amantes dirá: “Y era la tierra la que se amaba en ellos, / el oro noc- turno de sus vueltas, / la galaxia”. Por ello se debatía con el lenguaje: para lograr esa tersurameditativa, esos sagaces cambios de ritmo, en la perpetua búsqueda de la expresión propia. Y le dijo adiós al siglo xx con una fe conmovedora en la fuerza rigurosa de la poesía, él que era “miope, tardo, subjetivo”. Si bien se había compenetrado con su “terredad”, como la llamaba, anhelaba
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