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Daniel Alarcón 21 A través de la ventanilla plástica, Wari señaló la invitación, sus letras doradas y su elegante sello de agua, pero la mujer no mostró interés. “Vuelva en dos semanas”, le dijo. Y así lo hizo. En su pasaporte,Wari encontró una visa de turista por un mes. Ya en el aeropuerto de Miami, Wari presentó otra vez su docu- mentación, supasaportey, separadamente, la invitaciónenunsobre con letrasdoradas. Para susorpresa, el oficial loderivóde inmediato a una sala de entrevistas, sinmirar siquiera los documentos. Wari aguardó en el cuarto vacío, recordando que un amigo suyo le había dicho en sonde broma: “Acuérdate de afeitarte o pensaránque eres árabe”. El amigo deWari había celebrado su ocurrencia estrellando un vaso contra el piso de cemento del bar. Todos habían aplaudido. Wari podía sentir el sudor acumulándose en los poros de su rostro. Se preguntóqué tanmal se vería, qué tancansado odesaliñado. Qué tan peligroso. Aún sentía en los pulmones el aire viciado y recicla- do de la cabina del avión. Sintió cómo su piel se oscurecía bajo las luces fluorescentes. Un agente de inmigraciónuniformado entró y empezó a hacerle preguntas en inglés. Wari las respondió lo mejor que pudo. “Y tú, supuestamente eres artista, ¿no?”, le dijo el oficial examinando la documentación. Wari cerró sus dedos alrededor de un pincel imaginario y trazó círculos en el aire. El agente le indicó con un gesto que dejara de hacerlo. Revisó los papeles, hasta que sus ojos se posaron sobre su estado de cuenta bancaria. Frunció el ceño. “¿Vas a Nueva York?”, le preguntó. “¿Por un mes?”. “En Lima, me dieron un mes”, dijoWari cautelosamente.

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