CYC_ElNuevoCuentoLatinoamericano_Cara

Daniel Alarcón 25 “Eso debe indicar algo sobre la naturaleza del amor, ¿no crees?”, preguntó Leah. “Tienen que confiar plenamente el uno en el otro. Lo poco que conocen del otro en inglés es ínfimo comparado con todo lo que cada uno es en su propio idioma”. Wari se quedó pensando. El tren traqueteaba en dirección al sur deManhattan. Pero las cosas siempre son así, quiso decir, no se puede conocer a nadie por completo. En lugar de ello, se quedó en silencio. “¿Túme entiendes cuando hablo?”, preguntó Leah. “¿Si te hablo lentamente?”. “Por supuesto”, dijoWari, yasí era, pero se sintió incapazdedecir más. Observaba cómodescendía lanumeraciónde las calles encada parada, y seguía el avance del tren subterráneo en un mapa. Había unaetiquetaadhesivapegada sobreel extremosur de la isla. Bajaron del trenantesde llegar a esa zona cubierta. Unavez en la calleCanal, bastaron unas pocas cuadras para que Wari se acordara de Lima: su densidad humana, su ruido, el circo en que se había convertido. El aire estaba cargado de idiomas extranjeros. Se sintió a gusto en el lugar, y no le molestó en lo más mínimo que Leah lo tomara del brazo y lo condujera rápidamente por entre la multitud. Sus hom- bros chocaban contra los de la ciudad, era como caminar contra una lluvia torrencial. Fredy resultó ser ecuatoriano, y Leah no pudo ocultar su ver- güenza. Su rostro tomó un color rosa que a Wari le recordó al de las últimas luces del atardecer. Wari y Fredy le aseguraron que no tenía importancia. —Somos países hermanos —dijo Fredy. —Compartimos una frontera e historia —dijoWari. El ecuatoriano sonrió cortésmente e hizo algunos comentarios sobre el tratado de paz firmado entre ambos países apenas unos

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