ZL_TeAmoPeladita

Albeiro Echavarría 14 tico—. ¡Mentiras! Me alegra mucho, hermanito, que ha- yás regresado al mundo de los vivos. Sin vos la vida es aburrida. ¿No te acordás de nada? No respondí. El mareo me venció. Cerré los ojos y volví a dormirme. Desperté tres horas después. Chechi seguía en el mismo lugar, haciendo lo mismo: riéndole a la pantalla del celular. No quise interrumpirla. Aproveché el tiem- po para recordar lo que había ocurrido. Reconstruí mi último día hasta el momento en que llegué a la casa y atendí a mamá. Entonces, al recordarla en el sofá, dor- mida artificialmente, abrí los ojos y traté de incorporar- me. Chechi se percató y se abalanzó sobre mí. —¿Dónde está mamá? —pregunté con una voz pa- recida a un aullido lastimero—. ¿Qué le hicieron a ella? —Tranquilo, Aurelio —respondió Chechi—. Vos fuis- te el que llevó la peor parte. Ella está bien. Ahora está descansando en la casa; estuvo aquí toda la noche. Chechi me actualizó al instante. Todo había sido muy misterioso. Dos hombres habían ingresado a la casa después de que yo llegara. Al parecer treparon por una de las rejas de la calle. La cámara del segundo piso no pudo captar sus rostros porque llevaban capucha. Yo les facilité las cosas al darle la pastilla para dormir a mamá. Cuanto me tuvieron en su poder, me durmieron con escopolamina. Después forzaron el cajón donde mamá guarda las pocas alhajas que tiene —entre ellas la ca- dena de oro que le regaló papá en la luna de miel y el anillo de la abuela Julia— y sacaron un sobre con unos documentos y una USB. No se llevaron más nada: ni el

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