TA_ElSospechosoVisteDeNegro

golpes): nada. Evidentemente, no estaba. Pruebas había de sobra; ¿para qué insistir, en- tonces? Además, Ema vivía en el departa- mento de al lado y era terriblemente bochin- chera: hacía ruido con la máquina de coser (a pedal, que son las más ruidosas), cantaba tangos y hablaba con el gato. No, no estaba. A otra cosa. Marcos se tiró en el sillón del living, miran- do el techo, listo para continuar una historia de guerreros espaciales que se venía inventan- do desde hacía dos días, cuando sonaron dos, tres, cuatro, cinco golpes en la puerta. Y eso que en su casa hay timbre, y que funciona, y que cualquier persona cuando ve un timbre lo toca y no golpea... –¡Ema! ¿Dónde estabas? –Fui a lo de mi hermana, tesoro, pero por suerte ya estoy de vuelta. Vamos a tomar la leche a mi casa, que me muero de hambre. Acabo de comprar medialunas... Y ahora que me acuerdo, dejé la ventana cerrada para que no se mojara el telescopio porque pare- cía que iba a llover... y me olvidé de Carlitos, o sea que el pobrecito no salió a hacer pis en todo el día. ¿Te das cuenta? Al final no llovió y yo paseando el paraguas. Y el pobre Carli- tos encerrado –dijo Ema casi de un tirón, ca- si sin respirar, con el paquete de medialunas en una mano y en la otra el paraguas, a modo de bastón presidencial–. Vamos, rápido, cora- zón –le ordenó a Marcos, enfilando hacia la 8

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