TA_ElSospechosoVisteDeNegro
puerta de su departamento, mientras colgaba el paraguas en la manija de su cartera y metía la mano en un bolsillo para sacar las llaves–. ¿Te dije que me estoy muriendo de hambre, nene? Cada vez que voy a lo de mi hermana me pasa lo mismo. Con la historia de que siempre está enferma, ya ni come ni deja co- mer: mata de hambre a todo el mundo. Se lo pasa a zapallo y zanahoria, así no se puede vi- vir, ¿no te parece? Te juro que la próxima vez que vaya a visitarla, me llevo la comida. Lo primero que hizo Ema ni bien entró a su departamento, fue correr hacia la ventana y abrirla. Lo segundo, hacerse a un costado para que saliera el gato y lo tercero, disparar hacia la cocina para preparar la merienda. Marcos estaba contento. Se acercó al te- lescopio, lo acomodó y se puso a mirar los ár- boles del parque, sobre todo las palmeras da- tileras, donde se amontonaban las cotorritas. Le gustaba verlas comer los dátiles y tirar los carozos al suelo. Desde la cocina llegaba un ruido de tazas y cucharitas que, como siem- pre, precedía al café con leche. Saboreó las medialunas por adelantado y pensó que todo estaba bien, cada cosa en su lugar... Aunque, quizá faltaba algo... –¡Ema! –gritó, sin abandonar el telesco- pio–. ¡No te vayas a olvidar de la manteca y el dulce de leche! 9
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