ZL_LaLluviaSabePorqué
15 cación; el dueño había sacado del banco todo lo que quedaba y su última inversión de peso fue un candado metálico con el que cerró las puertas. Antonio tenía 12 años cuando hicieron las maletas juntos por última vez. Solo que en esa oportunidad los rumbos serían distintos. Alba, su madre, no encontró más opciones y decidió irse del país, probar suerte le- jos, reventarse el alma en un lugar donde la vergüenza del fracaso tuviera testigos anónimos. Él se quedaría en casa de Beatriz, la única tía, y su madre volaría a Madrid. El plazo para el reencuentro lo marcaba el di- nero: cuando hubiera suficiente se reunirían de nuevo. —Ya eres un hombrecito —le dijo su madre el día de la despedida, con esa palabra que sonaba a trampa, a no se te ocurra llorar, a no hagamos una escena porque entonces nos quebraremos los dos—. Eres fuerte y sé que entiendes que debo irme porque esto será lo mejor para ambos. Antonio tenía los ojos enlagunados, pero había pro- metido que no lloraría. —Prométeme que regresarás, ma. —Te lo prometo. Alba era una fiel militante de la alegría. Aunque a sus 29 años le habían caído encima varios aguaceros, ella siempre decía que la sonrisa era un buen salvavi- das, que la ilusión era un motor más fuerte que el de un cohete espacial. No importaba cuán complicadas se I
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