TA_LasMaletasDeAuschwitz
era completamente distinto. Ciertamente, era difí cil hacerle comprender, sobre todo para su mamá. “Mamá, es verdad, cuando tengo que ir con papá no me siento tan mal”, le decía Carlo a su madre cuando esta perdía la paciencia llamándolo cada vez. Tenía sueño por todas partes: dentro de los ojos, dentro de la cabeza, en las piernas; no conseguía sacudírselo hasta que llegaba a la escuela y veía a Anna, que tenía nueve años y la mirada siempre fija en él. Todos decían que eran novios. Carlo se ponía rabioso y decía que no era verdad; él no le había pe dido a ella que fueran novios, ni tampoco viceversa. Anna, en cambio, estaba decidida. Cuando alguien le planteaba la pregunta, respondía: “Por mí podría mos ser novios, pero debe ser Carlo el que me lo pida”. Dado que él era un tímido, su noviazgo oficial siempre quedaba retrasado. No es que Carlo estuvie ra disgustado: Anna era simpática y le gustaba, pero sus ojos eran como estiletes, los sentía clavados so bre él y no se los podía sacar ni con alicates. Y ni si quiera eran novios… Con los trenes, en cambio, era distinto. Estos sil baban, hacían un ruido enloquecedor, pero no daban miedo. Si era el turno de su padre, Carlo se levantaba el domingo muy temprano y lo acompañaba. Lo ha bría seguido también de noche, pero su madre no quería. Decía que un niño debía estar durmiendo a esa hora. 24
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MTkzODMz