TA_LasMaletasDeAuschwitz
no des la impresión de estar ansioso por detenerlas, porque de lo contrario te evitan”. Carlo esperaba a que se abrieran las puertas y des pués, en voz alta, empezaba: “Buenos días, señora, ¿ha tenido un buen viaje? Por favor, ¿puede darme su billete? Gracias”. Muchas veces había oído a su padre decir estas palabras en el tren cuando revisa ba los billetes de los pasajeros. Siempre la misma frase, sin pausa. Sin embargo, cada vez que las palabras salían de la boca de Carlo parecían nuevas. Y es que él se las creía, se sentía el jefe de estación, y esto le gustaba más que nada en el mundo. Ni siquiera los ojos de Anna tenían el mismo poder. Los pasajeros reaccionaban de diferentes modos. Algunos le sonreían sin darle demasiada importan cia, otros lo miraban de través y seguían recto; ha bía algunos que le daban el billete sin sonreír y otros que se lo ofrecían con una caricia. Había incluso quien, distraído, pensaba que el niño estaba pidien do limosna, y junto con el billete le daba dinero. En tonces Carlo corría detrás de él para devolvérselo, a toda costa. Eran órdenes de su padre. Su papá nunca había querido que aceptara dinero, no lo llevaba con él para eso. Y mucho menos ahora: hubieran sido capaces de denunciarlo. No se podía correr riesgos. Ahora ya no. Cuando hasta el último pasajero había ganado la salida, Carlo contaba satisfecho el botín de la jor nada. En alguna ocasión había llegado a recoger 26
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