TA_LasMaletasDeAuschwitz

cincuenta billetes. En cada uno escribía a pluma la fecha del día. Cuando llegaba a casa, los depositaba en el cajón donde los guardaba. Nadie podía meter la nariz en él. Su madre había visto una vez el cajón que des­ bordaba y lo había abierto. Al hacerlo, algunos bi­ lletes habían caído al suelo y ella, enfadada por el desorden, había tirado unos pocos. Carlo no quiso comer y se encerró en su cuarto durante dos días. Lloraba. Antonio, su padre, se enojó con su mujer. Al tercer día su madre fue al cuarto de Carlo y le dijo: “Te pido que me disculpes. Nunca más volveré a tocar tu cajón. Ahora bien, debes tenerlo ordenado. Encuentra la manera de conservar tus billetes sin que vayan por todas partes. Tal vez sea mejor que les encuentres otro sitio, pero no quiero verlos revolo­ tear por todas partes en casa. Te prometo que no lo volveré a hacer si los conservas ordenados”. Fue una paz justa. Carlo repartió los billetes en dos cajones. —¿Cuántos has conseguido hoy? —le preguntó Antonio aquel día. —Cuarenta y ocho, papá. Los pasajeros están to­ dos en regla, nos podemos ir. En casa les pondré la fecha de hoy: 15 de octubre de 1938. Volviéndose, el niño le dijo a su padre: —Papá, todavía no me has explicado por qué ya no te dejan ir al trabajo. Tú eras muy bueno para hacer 27

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