TAZ_PorCulpaDeUnaS
A cada paso nos acercábamos más a las cuatro bocas metálicas. Solo unos metros. Dos pasos. Uno. Y las cuatro puertas se abrieron a un tiempo. Unas cuarenta personas se lanzaron sobre no- sotros, despertando a las hermanitas. —¡Apúrate, Fanuel, las niñas lloran! —me gritó Manuel. —No me dejan pasar… Ta ra rá rarará, ta ra rá rará… —No sé cantar nanas, pero hice todo lo po- sible por que las hermanitas se callaran. Casi salimos de la multitud cuando: —¡Manuel! ¡Fanuel! ¿A dónde van? —¡La tía y el tío! —gritamos mi hermano y yo y echamos a correr como dos rayos. Allá, a lo lejos, se escuchó: “¡A ellos, a ellos! ¡Dos niñas están en extremo peligro!”. “¿En extremo peligro?”, pensé yo. “Después de todo somos sus legítimos hermanos, qué daño podemos hacerles… Creo que exageran…”. Manuel y yo alcanzamos el segundo piso. Ya no había silencio. 14
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