TAZ_PorCulpaDeUnaS
—¡¡¡De eso nada!!! —gritaron las dos al unísono. —¿De eso nada? —respondimos nosotros, también al unísono, como un sexteto vocal—. ¿Y entonces? —El rabo de la ese debe quedarse, si no, ¿a dónde iremos a parar? —Abuela Amelia estaba roja como una ciruela muy madura. —El rabo de la ese debe quedarse porque pare- cerá un borrón y entonces tendremos una torta con tachadura y otra sin tachadura —sentenció con voz ronca la tía abuela Amalia, roja como una ciruela también. Las dos abuelas se habían convertido, de pronto, en dos ciruelas extremadamente madu- ras que se fulminaban con la mirada. —Me importa un comino cómo se las arregle el rabo de la ese sobre la torta de Manuel. ¿Es que no terminará esta discusión tonta? —Y pa- teé el piso como si se me hubieran desconecta- do todos los cables de la cabeza. Cuando cerré la boca y dejé de patear había un silencio peligroso. Mamá y papá me mira- ban con cara de “¿olvidaste que cuando las per- sonas mayores discuten, los niños se callan?”. 24
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