TAZ_PorCulpaDeUnaS
Es mi turno. Te deseo suerte… —repuso la tía abuela y se alejó hacia las fichas. Papá, mamá, los tíos, todos a la vez trataban de convencer a la abuela de que dejara ganar a la tía abuela Amalia. Mi hermano y yo permane- cíamos en silencio, como piedras, pero yo esta- ba muy preocupado porque la abuela Amelia no abría la boca y solo miraba a un punto fijo con los ojos marchitos. Cuando regresó de ese pun- to lejano que parecía perderse en los primeros años de su vida dijo: —No. Por primera vez, Amalia aprenderá que no siempre puede ganar. —Y pidió que la dejára- mos sola en la cocina en espera de su turno. —Pobres fichas —dije yo. —Pobres fichas —repitieron los demás y se alejaron. Cuando llegamos a la sala, todos los invitados se habían marchado. Solo quedaban las dos fi- chas en juego. Eran la pobre señora Josefina y su hija Angélica, que asentían con vehemencia a todo cuanto decía la tía abuela, buscando po- nerle fin a la conversación. 31
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