TAZ_PorCulpaDeUnaS
—Y un día, nos despertamos sin parecernos. ¿No están de acuerdo conmigo? Y la tía abuela hizo que las dos fichas se le- vantaran y la acompañaran a la mesa donde aún quedaba un cuarto de cada torta. Exactamente, los cuartos que llevaban la última sílaba de FE- LICIDADES. Justo la que hacía evidente el con- flicto del rabo de la ese. —Por ejemplo, en este caso —continuó con un tono profundo y cómplice mientras se echaba hacia delante—, ¿no les parece que uno de los dos rabos de la ese está más largo y delgado que el otro? La señora Josefina y su hija Angélica tenían los ojos como cuatro carros locos y no sabían qué responder. Quizás su intuición les ordenó: este es el momento de pensar muy bien antes de aven- turarse a dar cualquier respuesta. Estaban ner- viosas y, moviendo los brazos aquí y allá, hacían descansar el cuerpo en un pie y luego en otro. Saltaban. —Las fichas están descontroladas —susurró mi hermano. 33
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