TAZ_PorCulpaDeUnaS
—A la señora Josefina le brinca un párpado, mírala bien, y su hija Angélica sonríe sin senti- do a la tía abuela. Las fichas se han vuelto locas. Papá y el tío bajaron la vista. Mamá y la tía se llevaron discretamente una mano a la boca. Por primera vez, en una olimpiada, las fichas no podían más y estaban a punto de desmayarse. —¿Qué dicen a eso…? —La tía abuela las hizo reaccionar y las sujetó a cada una por un bra- zo—. ¿Es o no es deficiente el rabo de la ese de esta torta tratándose de hermanos gemelos? Y dejando a las fichas con la palabra en la boca, se inventó algo urgente en la cocina. Las fichas, sudadas y ojerosas como si hubie- ran saltado la cuerda durante veinticuatro horas seguidas, la vieron alejarse sin poder hacer nada. —Es tu turno, Amelia. Estamos veintiséis igua- les y llevas cierta ventaja porque en cuanto te incorpores intentarán despedirse por novena vez y tendrás cuatro puntos de obstáculo si lo- gras mantenerlas en el juego. La abuela Amelia se levantó de su silla de madera y no dijo una sola palabra. Miró a la 34
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