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61 Tardé tres años antes de empezar a ver con consistencia Game of Thrones . Mi problema fue, seguramente, el mismo de muchos que no habían leído los libros previamente. El universo que plan- teaba la serie era tan vasto y complejo, tan inexpugnable, tan lle- no de personajes, clanes, ciudades y familias, que incorporar toda esa información parecía una tarea ciclópea. Pero los ambiguos y hasta inquietantes personajes creados por George R. R. Martin invitaban a seguirlos. Pronto, la apuesta empezó a dar resultados: más allá de algunos problemas estructurales que dejaban en evi- dencia la deuda de los creadores de la serie con los libros, Game of Thrones se revelaba como un drama casi shakesperiano acerca de la lucha por el poder entre varias familias, con un marco de fantasía que le agregaba un intrigante condimento extra. Podía ser ardua de seguir y uno fácilmente se perdía en su centenar Taller de actividades, págs. 277-278. Cuerpo analítico. El autor presenta los antecedentes sobre los cuales fundamentará su crítica. Cuerpo analítico. Inicia con el problema: fin de los libros; y presenta una descripción de los elementos más importantes de la obra. Cuerpo analítico. Inclusión del problema con relación de causa-efecto. Conclusión. Retoma elementos principales de su valoración crítica. Argumento de conocimiento enciclopédico Los paréntesis incluyen información aclaratoria o complementaria. Argumento de ejemplificación Argumento analógico La raya o guion largo se usa para encerrar oraciones o incisos que interrumpen el discurso. de personajes y nombres de lugares, pero esa complejidad le daba un carácter casi más realista, inmersivo. Uno estaba ahí, viviendo el episodio in situ , no se lo estaban explicando a distancia. En el momento en que se acabaron las novelas de Martin, Game of Thrones empezó a jugar otro juego. El de las primeras cinco temporadas podía ser en extremo ambicioso y confuso, pero era sorprendente e inesperado (como literatura oTV).Y se caracterizaba, particularmen- te, por no ceder ni a las demandas de los nuevos espectadores (los que no habían leído los libros) ni de la crítica cultural que se fastidiaba por la habitual incorrección política de la serie. Era un mundo bastante horrible, donde personajes, sin una brújula moral demasiado clara, a veces cometían actos desagradables y otras, la mayoría, eran víctimas de ellos. Era una suerte de “vale todo”—ético, geográfico, narrativo—, en el que a una escena furtiva y violenta le po- día seguir quince minutos con dos personajes caminando y conversando en medio de algunas de las tantas ciudades y reinos deWesteros. Desde la sexta temporada da la impresión de que David Benioff y D. B.Weiss han empeza- do a armar la serie “a pedido”. ¿Es confusa? Aclaremos todo una y otra vez para que hasta el más distraído entienda quién es quién y dónde está parado, y hagamos que sean los propios personajes los que lo expliquen. ¿Es moralmente ambigua? Dejemos más en claro quiénes son muy buenos o tirando a buenos y cuáles otros son malos o tirando a malos, algo que era imposible de distinguir, salvo mínimas excepciones, en el mundo de Martin. ¿Se nos acusa de sexistas o misóginos? Transformemos la serie en un canto al Girl Power, poniendo escenas como la de Arya que abre la temporada vengando en diez segundos la Red Wedding , discursos como los de Lady Mormont (“no me voy a quedar tejiendo mientras ustedes pelean una guerra” o algo así) y convirtiendo a dos de las principales protagonistas (Daenerys y Cersei) en antagonistas no solo bélicas sino morales. ¿Se dice que es una serie lenta en la que pasan pocas cosas? Pongamos la carne al asador de en- trada, todo el tiempo. El Game of Thrones de hoy es más popcorn que nunca: elegante, épico, refinado y bien pro- ducido, pero cada vez más cercano a la comida chatarra. Un poco como ha sucedido con casi todo el mercado televisivo —salvo David Lynch, que con Twin Peaks deja en claro que todo esto le importa un comino—, la época dorada de las series de televisión va dando pa- sos, cada vez más rápidamente y con una consistencia de negocio tipo cancha de paddle (o cervecería artesanal, o pónganle la innovación vuelta masiva y previsible que quieran), a un ejército de productos bien armados y lustraditos, pero que no tienen la frescura ni el riesgo de antaño, de esa década maravillosa que va desde queTony Soprano reinaba en las calles de New jersey yWalterWhite tomaba las riendas de su caótica existencia. Fueron cosas como esas —los grises, la ambigüedad moral, la sorpresa— y no el lustre de la superproducción o la “cinematográfica factura técnica” lo que salvó a la TV de su propio agujero negro. Agu- jero al que —mercadotecnia y fan service mediante— está volviendo a entrar.Y ni Game of Thrones , que es una serie lo suficientemente exitosa y establecida como para necesitar esos atajos, puede evitarlo. Adaptado de Lerer, Diego. (2017). “Series: crítica de Game of Thrones (Temporada 7, Episodio 1)” . En MICROPSIA. Recuperado de http://www.micropsiacine . com/2017/07/series-critica-game-of-thronestemporada-7-episodio-1/. Kathy Hutchins / Shutterstock.com

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