TA_CupidoEsUnMurciélago

19 y se acerca a ti, solo tienes una opción: hablar con otro «nuevo», cruzar cuatro o cinco preguntas poco importantes, y luego nada, volver al silencio. Pero al menos ya has hablado con una persona, y, por si a alguien le quedaba la duda, ya has demostrado que tienes lengua, garganta y dientes, y que sabes hablar el mismo idioma que el resto. La maestra es una mujer de aquellas a las que resulta imposible calcularles la edad. Podría te- ner 28 años bastante aporreados, o 55 muy bien disimulados. Intenta ser cortés hasta convertirse en un ser exageradamente dulzón. Todas sus frases las acom- paña con la palabra «cariño»: «¿Puedes limpiar el pizarrón, cariño?», «¿Ya aprendiste la fórmula, ca- riño?», «¡Sal de la clase, charlatán insoportable, y no regreses hasta que tus padres vuelvan contigo, cariño!». Se llama Consuelo y no se cansa de repetir con voz aguda y melosa «llámenme Chelito». Y más vale que luego de esa advertencia todos seamos obedientes. Ambos detalles, lo de «cariño» y lo de «Chelito» pude constatarlos el primer día cuando llegué al colegio y me la encontré en la puerta. Ella estaba dando la bienvenida a padres y alumnos: —Buen día, señorita Consuelo —le dije. Ya habíamos tenido la oportunidad de conocer- nos durante las pruebas y citas previas al inicio de clases. Ella de inmediato me lanzó una mirada ful- minante y rabiosa, entonces me dijo:

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