TA_CupidoEsUnMurciélago

20 —No, cariño, ya te dije que Consuelo no… —¿Clemencia? —¡No! —¿Piedad? —¡No! —dijo agarrando los anteojos con eviden- te fastidio, aunque intentaba que su voz luciera gentil—. Me llamo Consuelo pero debes llamarme Chelito, cariño, ¿entendiste? —Sí. —Sí, ¿qué? —Sí, entendí. —Entendiste qué. —Que usted se llama Consuelo, pero debo lla- marla «cariño». —No. «Cariño», no. Chelito. —Está bien, Chelito… sin cariño. Continué caminando rumbo a la clase algo mo- lesto por el incidente, pero, para evitar nuevos dis- gustos, fui repitiendo el nombre de la maestra para que jamás se borrara de mi cabeza. Chelito es una mujer alta y delgadísima, pare- ciera que su esqueleto apenas ha logrado cubrirse con una capa mínima de piel. Es tan delgada que las medias se le escurren desde la rodilla hasta el talón, lugar en el que se acumulan en pliegues interminables. Si los átomos existen en sus medias de nailon, imagino que podrían haber formado naciones in- mensas y muy pobladas entre esas altas montañas y profundos dobleces. Supongo que esos átomos

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