TA_CupidoEsUnMurciélago

24 Entonces respondí: —Espero que el Instituto 1 de Marzo sea como mi segundo hogar. La maestra me miró con emoción maternal, hizo como si secara de sus ojos unas inexistentes lágri- mas y me dijo: —Bellísimas palabras, cariño, bellísimas. Luego lanzó a la clase una pregunta que, para los nuevos, resulta siempre desagradable: —¿Hay alguien que quiera invitar a Isabel o a Javier a compartir su banca? Nuevamente silencio total. Los pupitres venían ensamblados de a dos y casi todos estaban ocupa- dos. Ocupados por seres humanos de entre 11 y 12 años, incapaces de provocar un gesto amable en sus caras. Estoy seguro de que, si en ese momento hubiera caído un rayo sobre la clase, nadie se ha- bría inmutado. —Repetiré la pregunta —dijo con poco tacto la maestra—: ¿hay alguien que, dando muestra de la hospitalidad y cordialidad que caracteriza a los es- tudiantes de nuestra noble institución, quiera com- partir su banca con uno de los compañeros nuevos? Otra vez silencio. Había miradas que se dirigían al techo. Niñas que se fijaban atentamente en el ta- maño de las uñas de sus manos. Niños que fingían escribir algo en un cuaderno. Al parecer la hospi- talidad no era una característica muy marcada en mis compañeros y compañeras, que parecían con- gelados en el hielo de la Antártida.

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