TA_CupidoEsUnMurciélago

26 voz alta, evidentemente molesta y con el ceño fruncido: —Parece que tu conversación es muy intere- sante, Isabel Martínez, y quizá te gustaría com- partir con todos lo que le estás diciendo a Javier. Ponte de pie y quiero que repitas lo que estabas cuchicheando. —Era algo sin importancia, Chelito. —¡Que lo repitas he dicho! —gritó aquella que diez minutos antes había pedido amablemente: «Quiero que me vean como a una amiga», pero que quizá debió aclarar que con ese genio bien podría ser amiga de Chucky, «el muñeco diabólico». Los dos nos quedamos algo asustados, Isabel se puso de pie, se acomodó el uniforme y respondió: —Lo que le estaba diciendo a Javier era que al haber llegado a este colegio… mis sueños se han hecho realidad. La maestra volvió a poner cara de llanto, eliminó de su rostro la mueca de rabia y con sonrisa tem- blorosa comentó: —Bellísimas palabras, cariño, bellísimas. Isabel se sentó nuevamente con gesto triunfante, me miró y en voz muy bajita añadió: —Te lo dije. 3 Hasta las 11:45 de aquel primer día de clases, nadie, salvo Isabel, me había dirigido la palabra.

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