TA_CupidoEsUnMurciélago

27 Durante el recreo ambos decidimos caminar por todo el colegio, en un acto que podría llamarse «re- conocimiento del terreno». En realidad, me habría gustado mucho más que alguien me invitara a jugar fútbol o canicas, pero ya he dicho que mis compañeros me habían dado una primera impresión muy poco amable, eran se- res fríos que me miraban como si yo llevara en el cuello un collar de ajos. En un momento decidí separarme de Isabel, que- ría ir al baño y eso es algo que para los chicos no admite ningún tipo de compañía. Gran diferencia con las chicas, que siempre van de a dos o de a tres, como si al llegar solas al baño, el sanitario se con- virtiera en un monstruo amenazante dispuesto a tragárselas vivas mientras están ahí sentadas. Ca- miné por uno de los grandes patios sin encontrar nada parecido a un baño; en un colegio en que has- ta las escaleras tenían rótulo, yo no había logrado encontrar una sola puerta con esa figurita clásica de un hombre con cabeza redonda y cuerpo cua- drado, que indica que ahí hay un baño. Me atreví a preguntarle a una pequeña niña, y ella me orientó de una manera tan sencilla como si yo debiera encontrar un baño en Hong Kong. Me dijo: —¿Ves a ese grupo que está saltando la cuerda? —Sí. —Bueno, llegas hasta ahí, giras a la derecha y ca- minas más o menos unos 20 metros, luego giras a

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