TA_CupidoEsUnMurciélago

33 —Ah, no, no lo sé, no conozco a nadie en este colegio, recuerde que soy «nuevo». —Podríamos investigarlo… si tus padres lo exi- gen yo no tendría problema en buscar al culpable. —No lo creo necesario, yo no quiero guardar re- sentimientos en mi corazón. —Bellísimas palabras, Javier, bellísimas —dijo Chelito emocionada. Con eso ratifiqué que Isabel tenía razón en cuanto a su teoría sobre las «frases horribles que siempre funcionan»; pero además evité una inves- tigación que pondría de relieve ante todos que mi golpe provenía realmente de un portazo ocurrido cuando yo intentaba, sin querer, introducirme en un baño al que no debía entrar. Luego de la atención que me brindaron en la en- fermería, regresé a la clase entre los murmullos de admiración de mis compañeros y compañeras. En- tré con la camiseta manchada de sangre y mientras avanzaba hasta mi sitio alguien me preguntó: —¿Qué te ocurrió? —Un accidente —respondí con voz de superhéroe. —¿Un accidenteee? —preguntaron a coro algunos. Parecía como si la sangre me hubiera convertido en un ser visible. Hasta una hora antes de ese suce- so nadie reparaba en mi presencia, pero luego de la hemorragia, sin duda todos tenían ojos y atención para mí. —Sí, por suerte fue algo sin importancia —añadí. —Pero, ¿cómo fue? —preguntó una niña.

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